Ensayo
Efectos personales
De eso se trata
La utilidad del deseo
Efectos personales
Efectos personales
Efectos personales
Efectos personales
Efectos personales fue el primer libro de ensayos del cuentista de La casa pierde y el novelista de Materia dispuesta. Con otras obras de Juan Villoro, ésta comparte el ritmo apasionado de la prosa y la capacidad de observación más certera. Para retratar a sus figuras, el autor se sirve en forma versátil del testimonio en corto (Alejandro Rossi), la sabrosa erudición (Ramón María del Valle-Inclán) o los ruidosos informes de contracultura (William S. Burroughs). En otros casos, se concentra en el detallado análisis de libros que han cambiado el curso de la literatura (Lolita, Pedro Páramo, El juguete rabioso, La isla del tesoro).
Registro de lecturas compulsivas, Efectos personales incluye un safari al jardín ilustrado de Augusto Monterroso, un viaje sin aduanas por los territorios de Sergio Pitol, la indagación del exilio póstumo de Thomas Bernhard, el mapa de un país llamado Italo Calvino, la imaginativa confrontación de la pintura de Goya con las figuraciones de la “época negra” de Carlos Fuentes.
Ensayos de inteligencia rápida, con frecuencia animados por el humor, estos quince episodios ofrecen las afinidades electivas de un narrador que, al reflexionar sobre los otros, traza un autorretrato conjetural y confirma el aforismo de Lichtenberg: “Un libro es como un espejo”. Leer significa retratarse, entregar efectos personales.
Coedición con El Colegio Nacional
De eso se trata
De eso se trata
De eso se trata
De eso se trata
Al igual que en los ensayos de Efectos personales, Villoro convierte sus lecturas en relatos de la inteligencia recorridos por una excepcional galería de personajes: el Casanova de las mil fugas; Goethe atrapado en la geometría del amor; Cervantes, fundador de la road novel; Klaus Mann encandilado por Mefisto; Lowry en el intoxicado paraíso de Cuernavaca; Hemingway en su ampuloso boxeo de sombra. En clave cercana al cronista, Villoro asiste a un seminario de Harold Bloom sobre Shakespeare y busca desandar el camino hasta el momento en que esa música verbal fue novedosa por primera vez. El narrador se hace presente para contar las muchas vidas de Yeats o la inagotable relación entre Borges y Bioy Casares. Sin olvidar el tributo a dos autores que han marcado el certero estilo de Juan Villoro: Onetti y Chéjov. Retratos con paisaje donde las anécdotas se suceden como en una novela y los comentarios surgen con el ingenio de una feliz tertulia.
La utilidad del deseo
La utilidad del deseo
La utilidad del deseo
La utilidad del deseo
La utilidad del deseo
Los hermanos Grimm ampararon sus cuentos bajo el lema: «Entonces, cuando desear todavía era útil.» Hubo una remota arcadia en la que las hadas recompensaban la esperanza. Novelista, dramaturgo, autor de cuentos infantiles, Juan Villoro entiende la lectura como un regreso al momento esquivo y meritorio en que el placer tiene su oportunidad.
La utilidad del deseo prosigue la aventura iniciada en los libros de ensayos Efectos personales y De eso se trata, también en Anagrama. En esta nueva escala, Villoro se ocupa, entre otros temas, de la inagotable isla de Daniel Defoe, la celeridad y la culpa en Nikolái Gógol, el arte de condenar de Karl Kraus, la empatía de la pluma con el bisturí, la fábula de la conciencia de Peter Handke, las insólitas semejanzas entre los incomparables Ramón López Velarde y James Joyce, los enigmas de la traducción, la tensión entre verdad y mentira en Gabriel García Márquez y las cartas privadas de Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti y Manuel Puig; lo hace con un rigor y una hondura siempre aliados a una gozosa fluidez.
Rodrigo Fresán ha señalado que las raíces de un escritor no están en el suelo sino en las paredes: son los libros que ha leído. Este volumen abre las puertas de una casa para conocer el revés de una trama: las lecturas que han formado a un autor; un autor, Juan Villoro, que en La utilidad del deseo despliega una mezcla triunfal de erudición, inteligencia y originalidad de mirada que contagia al texto (y al lector) del mismo apasionamiento que ha llevado a escribirlo.